viernes, 8 de enero de 2010

" il lucchetto dei innamorati "










- Para aquí, frena.
    No lo pienso dos veces y lo hago. Raudo, veloz, tal y como es ella. Menos mal que no llega ningún coche por detrás. Mi hermano...¿Quién lo aguantaría después? Claro que siempre podría tomarla con el ladrón. Gin baja deprisa del coche.
  - Ven.
  - Pero ¿a dónde?
  - Sígueme. Mira que haces preguntas...
  Estamos delante del puente Milvio, en una pequeña plaza junto al Tíber de donde sale vía Flaminia, que llega hasta la piazza del Popolo. Gin corre por el puente y se para a medio camino, delante de la tercera farola.
  - Ya estamos, es ésta de aquí.
  - ¿Ésta qué?
  - La tercera farola. Hay uan leyenda sobre este puente, el puente Milvio o Mollo, como lo llamaba Belli.
  - ¿Qué pasa?, ¿ahora te haces la culta?
  - ¡Soy culta! Sobre muy pocas cosas, pero lo soy. Como por ejemplo ésta, ¿quieres escuchar la leyenda o no?
  - Antes quiero un beso.
  - Vamos, escucha...Es una historia preciosa. Gin se vuelve y resopla. La abrazo por la espalda. Nos apoyamos en el pretil y miramos a la lejanía. Algo más allá hay otro puente, el de corso Francia. Me pierdo con la mirada. Y ningún recuerdo altera este momento. ¿Incluso los fantasmas del pasado saben respetar determinados momentos? Parece ser que sí. Gin se deja besar. Debajo de nosotros, el Tíber, oscuro y lóbrego, discurre silencioso. La luz débil de la farola nos ilumina ligeramente. Se oye el lento chaparrear del río en los diques. Su curso se rompe de repente alrededor de las columnas del puente. El agua gorjea, se levanta, rebulle, barbota. Después,inmediatamente después, se une otra vez y sigue en silencio su carrera hacia el mar.
  - ¿Me la cuentas o no?
  - Ésta es la tercera farola que da al otro puente...¿Ves eso de ahí?
  - Sí...Me parece que alguien se ha equivocado atando la motocicleta...
  - Pero ¿qué dices, tonto? Es el "candado de los enamorados". Se engancha un candado en esta cadena, se cierra y se arroja la llave al Tíber.
  - ¿Y después?
  - Ya nunca te separas.
  - Pero ¿quién inventará esas historias?
  - No lo sé. Ésta existe desde siempre, la refiere incluso Trilussa.
  - Te burlas de mí porque no lo sé.
  - Es verdad...Lo que ocurre es que tienes miedo de poner un candado.
  - Yo no tengo miedo.
  - Eso es un libro de Ammaniti.
  - O de una película de Salvatores, según se mire.
  - De todos modos, tienes miedo.
  - Ya te he dicho que no.
  - Claro que sí, y te burlas porque no tenemos un candado.
  - Quédate aquí, no te muevas.
  Vuelvo al cabo de un minuto con un candado en la mano.
  - ¿Y eso de dónde lo has sacado?
  - Mi hermano. Lleva un candado con una cadena para bloquear el volante.
  - Claro, no se le puede ocurrir que sea su hermano el que le mangue el coche.
  - Tú eres tan responsable como yo. Además, aún me debes veinte euros.
  - Tacaño.
  - ¡Ladrona!
  - Pero, ¿qué dices? ¿Qué quieres?, ¿el dinero del candado? Si quieres, al final pasamos cuentas...
  - Entonces me debes demasiado.
  - De acuerdo, basta, dejémoslo ahí. Entonces, ¿vas a hacerlo o no?
  - Claro que sí.
  Pongo el candado en la cadena, lo cierro y saco la llave. La mantengo un momento entre los dedos mientras miro a Gin. Ella me mira. Me desafía, me sonríe y levanta una ceja.
  - ¿Y ahora?
  Cojo la llave entre el índice y el pulgar. La dejo colgar un poco más, suspendida en el vacío, indecisa. Después, de pronto, la suelto. Y vuela hacia abajo, patas arriba en el aire, y se pierde entre las aguas del Tíber.
  - Lo has hecho de verdad...
  Gin me mira con aspecto extraño, soñador, incluso un poco emocionada.
  - Ya te lo he dicho. No tengo miedo.
  Me salta encima, a horcajadas, me abraza, me besa, grita de alegría, está eufórica, está loca, está...Está preciosa.
  - Eh, eres demasiado feliz. ¿Acaso funciona de verdad esta leyenda?
  - ¡Tonto!
  Y hecha a correr, gritando en el puente. Se cruza con un grupo de hombres. Tira del abrigo del más serio, lo hace girar sobre sí mismo y casi lo obliga a bailar con ella. Luego se marcha corriendo otra vez, mientras los demás se ríen. Empujan bromeando al tipo, que se ha enfadado y quiere reñirla. Paso cerca del grupo y me encojo de hombros. Todos comparten la felicidad de Gin. Incluso el tipo serio al final me sonríe. Sí, es verdad, es tan guapa que todo el mundo, al verla, no puede evitar sonreír.


                                                        Ho voglia di te.

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