jueves, 29 de noviembre de 2012

No hay yo sin tú.

Frío. Es lo único que siento. Un frío paralizante. Me recorre todo el cuerpo. Me vacía las entrañas. Me consume poco a poco. Un frío solitario. Te alejas. Y yo aquí. Idiota. Confusa. Te espero. Uno. Y dos. Día tras día. Intentando no fallar. No caer. Y estoy sola. Callada. Y el nudo en la garganta que me impide tragar. El pecho que me oprime. Y yo sin respirar. Yo. Que me impido seguir. Y no sé qué puedo hacer. Que debo. Que no puedo amarte más, joder. Que es que es imposible. Y nadie lo hará mejor que yo. Lo sé. Y tú. Que no te das cuenta. O no te quieres enterar. Y yo. Y tú. Y yo. Y tú. Y un yo que no vive sin un tú. Y yo para ti. Nada. Y tú para mi. Todo. Todo. Y MÁS. Entérate joder, abre los ojos. Tira el puto muro. Nos separa. Nos aparta. Y yo no puedo. No puedo conmigo. No puedo más. Porque cuando menos te lo diga, será cuando más te necesite.  

"Porque el nunca más, nunca se cumple y el para siempre, siempre termina".

M

domingo, 4 de noviembre de 2012

Pretéritos.

Vuelta. Y vuelta de todo. Las mismas sensaciones. Los mismo olores. El mismo domingo astromántico de todas las semanas. Sensiblera. Confusa. Intento no cometer los mismos errores. Pero no me esfuerzo. Quizás ni quiero. De hecho, lo detesto. Nunca pretendí volver. O sí. El pasado vuelve a mi, sin yo creerlo. Lo esperaba. Necesitarte. Te quería. Y te quiero. Y ahora. Ahora todo es gris difuso. Neblinas. Lana. El frío que entra en mis huesos como cuchillas cuando no te veo. No sé lo que siento. Puede que lo tenga más claro que nunca. Esto nunca fue exclusivo. Pero ojalá sólo existiéramos tu y yo en un ahora constante. Eterno. Sin pasado. Sin futuro. Solos tú y yo envueltos en sábanas y besos cada vez más necesarios.
He sido juzgada por muchos. También he juzgado a muchos. No soy santa y tampoco puta. Sólo pretendo vivir. Al máximo. Sentirme libre. Entender qué busco, qué espero. Quizás no sea capaz de volver a lo mismo. Quizás eso ya no exista. Haya mejorado. O no. Pero quiero intentarlo. Sólo sé que no todo esta perdido. Que aún hay cenizas. Y tú y yo, en el fondo, no somos tan diferentes. Y si lo somos, ¿qué más da?


M

lunes, 10 de septiembre de 2012

Hoy.

Cuesta volver a las viejas costumbres. Y tratándose de mi, era de esperar. Necesitaba evadirme. Otra cosa. Ver una película. De madrugada. El aire, cada vez más frío, entra por la ventana. Me roza los pies. Después, pensamientos. Uno tras otro llegan y se van, y vuelven a aparecer, y acaban esfumándose. Pienso en el futuro. Es inevitable. Vivir el momento está bien, es lo que uno espera de sí mismo. Pero no es para mi. Y ojalá fuera capaz de decir lo contrario. Pero no puedo engañarme. Ni quiero. Estoy cansada de mentiras. De falsas promesas. De esperar. Y es lo único que puedo hacer. Esperar. Y pensar que mañana será mejor que hoy. Peor que pasado. Diferente. Cambios. Más. Aún más cambios. Y evolución. Evolucionar. Hoy. Mañana. Dentro de un mes. Y dentro de 50. Y a lo mejor yo sigo igual. O no. Las personas pueden cambiar. Digo yo. Y si no, a otra cosa. Escribir sin pensar. Sentir  algo. Después, nada. Hoy no es un buen día. Tengo un nudo en la garganta. Y no sé como deshacerme de él. Lo intento. Pero cuánto más pienso, más grande se hace. Y si no pienso... ¡qué coño! No puedo no pensar. Y aunque quisiera, estoy segura de que me comería el tarro por no hacerlo. Y se acabó. No me entiendo. Joder. Intento ser sincera conmigo misma. Y mirar. Mirar dentro de mí. Pero no sé que quiero. Bueno, sí lo sé. Pero son demasiadas cosas que se van acumulando una tras otras, impidiéndose a sí mismas, llegar a convertirse en algo más. Actos. Sólo se quedan en deseo. En sueños. En nada. Exasperante. Pero ojalá supiera qué hacer. Hipócrita. Sé perfectamente lo que quiero hacer. Lo que tengo que hacer. Dejar de culpar a los demás por mis malas decisiones. Por mis equivocaciones. Por estar de mal humor. Por llorar. Y por llorar por alguien. Sufrir. Y por reír cuando no me apetece. Por compromiso. Y por el miedo. Al fracaso. A la oscuridad. A lo desconocido. A no enamorarme. Y a no enamorar a nadie. Por no aprovechar cada instante de esta vida tan jodidamente corta. Por no vivirla al máximo. No saber apreciarla. Y por no aceptarla tal y como es, con o sin final feliz. Vivir. Sin sentido.

Ti penso... Me encanta el italiano. Italia. Roma. Roma, que me mata. Porque no me deja. Nunca. Me acompaña. Está en mi. Siempre. Dentro. Por mis rincones. Los más oscuros. Y en la luz. Todos tenemos luz. Aunque no todos sepamos mostrarla al exterior. Roma. Está inquieta. Me remueve. Me hace llorar. Por abandonarla. Cada año. Y amarla. Al volver. La necesito. Y ella a mí. Pero sobretodo yo a ella. Y escaparme. Olvidar mi vida. Empezar de 0. Olvidarlos. A todos. Y ellos a mi. Y vivir. Quiero vivir. Ser egoísta. Lo siento. Quizás sólo lo sea en mis pensamientos. Pocas veces lo demuestro. Y lo prefiero. Bueno. No. Miento. Porque serlo con la gente que de verdad te quiere, es peor que serlo a diario. Pero aún así, seguimos. Sigo. A pesar de todo. De las sombras. De la luz. Días grises. Y rojos. Los peores. Y decepciones que se suceden. Sin tú poder evitarlas, en su mayoría. A veces, contigo mismo. Seguimos. Egoístas. Masoquistas. Idealistas. Inconscientes.
Escribo.
Shakespeare decía que... "Estamos hechos de la misma sustancia de los sueños". A mi me gusta pensar que es verdad.


M.

martes, 19 de junio de 2012

"Que sea cierto el jamás."



Cuando te das cuenta de que tu ya no eres dueño de tus palabras. De tus acciones. De tus pensamientos. De tu vida. De ti. Es cuando recapacitas. Piensas. Noches. Oscuridad. Lágrimas. Tú. Y te das cuenta. Tú. Eres tú quien lo dirige todo. A su antojo. Como quiere. Como no quiere. Lo haces. Sin pensar. O sabiendo más que de sobra que eres tú. Tú eres quién dispone todo. Quien maneja dos cuerpos. Dos vidas. A mi. Y yo te dejo. Te lo ruego. Te ruego que lo hagas. Que lo sigas haciendo. Que no pares. Jamás. Y que sea verdad. Que me controles. Que no dejes que me caiga. O que me sueltes y ni te importe. Pero que seas tú. Y que yo sigo aferrada a tu espalda. Al hueco entre tu cuello y tu hombro. Que es mío. Y no hay más. No puedo valerme por mi misma desde que has aparecido. Por suerte o por desgracia. Pero no quiero tener que hacerlo. Y necesitarte es exasperante. Asfixiante. Cruel. Eterno. Tú. Pero da igual. No  importa. Que me conozcas. Que sepas todo. Cuando me desarmas. Que me miras. Y yo. No sé. Me derrumbo. Y ya. Y me abrazas. Y me siento en casa. En tu olor. En tus manos. En ti. Tú. Y ojalá que el puntero del reloj se pare en tu boca. Y que esta noche eterna desaparezca y vuelvas. Porque el silencio me consume. Y mi cama huele a ti. Y yo desvarío. Y tú sigues sin venir.

M.


lunes, 2 de abril de 2012

Todo lo que podríamos haber sido tú y yo si no fuéramos TÚ y YO.

Porque por más que me empeñe en verme como la única culpable de nuestro intento fallido de ser felices durante algún tiempo (sin necesidad de especificar), tú eres, en realidad, el único que intenta sabotear cualquier resquicio de luz posible. El puto obstáculo que se interpone entre yo y tu tú de verdad. Porque yo no necesito caretas. No necesito esa máscara que te colocas cada vez que intuyes que alguien podría hacerte sentir algo fuerte y de verdad. Algo inmoral. Insano. Ridículo e inconveniente. Arrollador. Quizás yo desvarió. Porque a ti ya no te importo una mierda. Menos que eso. Ya no te importo ni el moho de la misma mierda tirada en medio de un parque por el que nadie pasa desde hace días. Pero eso no es lo que me haces ver cada vez que te interesa. Porque eres cruel. Calculador. Y extremadamente egocéntrico. Y no te importa que tus palabras hieran. Que me hieran. Que me hagas daño a morir y parece que eso te gusta. Que me duela hasta en lugares que no sabía que existían. Que yo tenga que estar echa una mierda con los ojos rojos y corridos de rimmel tirada en el suelo de mi habitación llorando como una pobre ilusa que se trago las palabras de un desgraciado que pretendía ser feliz durante un tiempo determinado mientras esperaba algo más. Y que te encante saber que yo aún sigo flipada por ti como el primer día. Y que quiera tenerte para no necesitarte porque eso es lo difícil. Porque sí, parece que si un amor nos llega muy fácil no nos creemos que es de verdad. Parece que las cosas tienen que ser difíciles para que creamos en ellas. Pero a mi me da igual. Porque jamás me han puesto las cosas fáciles y no me importaría para nada que lo nuestro fuera una excepción. Que me amaras joder. Que me quisieras tantísimo como yo a ti. Que te dieras cuenta de que en mi puedes confiar. Abrirte. TÍO. QUE ESTOY AQUÍ. MIRÁNDOTE. MURIÉNDOME POR DENTRO. QUERIENDO COMERTE LA BOCA Y TODO LO DEMÁS. Pero esos pensamientos te los callas para gritártelos a ti misma en las noches de insomnio (todas, en realidad), en vez de gritárselos en su jodida cara de arrogante. Pero sabes que cuando te mire estás muerta. Fin de la partida. A la mierda tu orgullo. Porque nadie que no sea él conseguirá algo contigo, tan sólo con una maldita sonrisa o el roce de su mano con la tuya. O MENOS INCLUSO. Tan sólo con que te hable por el BB MSN o te mencione en Twitter (o a veces con tan sólo un RT).



Pero en el fondo todo esto no sirve de nada. Porque te sigues sintiendo tan pequeño e insignificante como es humanamente posible. Porque por más veces que te cambies el pelo, o vayas al gimnasio, o salgas los fines de semana a emborracharte con tus amigos para intentar olvidar una fibra más de su cuerpo, tú te sigues yendo sóla a la cama repasando hasta el último detalle y preguntándote qué hiciste mal o cómo pudiste malentenderlo. Y cómo durante ese breve instante pensaste que eras TAN feliz. A veces hasta te convences de que, al final, él verá su error y aparecerá en tu puerta. Pobre ilusa.
Y es entonces cuando no puedes evitar hacerte la pregunta que tanto temes y que posiblemente después de unas cuantas hostias sepas responder por ti misma. Y me refiero a: ¿Por qué me tengo que enamorar de una persona que sé que no es buena? Pero claro, sabes perfectamente el por qué. El por qué que no es  más que porque esperas equivocarte, tía. Porque cuando hace algo mal, lo ignoras. Pero cada vez que hace algo bueno, te conquista otra vez y pierdes esa discusión que inevitablemente mantienes contigo misma sobre por qué no te conviene. Y cuando ese argumento acaba y tú ya lo has perdido todo, te das cuenta de que es entonces cuando estás realmente jodida y que ya sólo te queda dejar que el tiempo pase y que las noches no sean demasiado largas.

Ya he tenido dramatismo de sobra, por hoy.

M

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