Cuando te das cuenta de que tu ya no eres dueño de tus palabras. De tus acciones. De tus pensamientos. De tu vida. De ti. Es cuando recapacitas. Piensas. Noches. Oscuridad. Lágrimas. Tú. Y te das cuenta. Tú. Eres tú quien lo dirige todo. A su antojo. Como quiere. Como no quiere. Lo haces. Sin pensar. O sabiendo más que de sobra que eres tú. Tú eres quién dispone todo. Quien maneja dos cuerpos. Dos vidas. A mi. Y yo te dejo. Te lo ruego. Te ruego que lo hagas. Que lo sigas haciendo. Que no pares. Jamás. Y que sea verdad. Que me controles. Que no dejes que me caiga. O que me sueltes y ni te importe. Pero que seas tú. Y que yo sigo aferrada a tu espalda. Al hueco entre tu cuello y tu hombro. Que es mío. Y no hay más. No puedo valerme por mi misma desde que has aparecido. Por suerte o por desgracia. Pero no quiero tener que hacerlo. Y necesitarte es exasperante. Asfixiante. Cruel. Eterno. Tú. Pero da igual. No importa. Que me conozcas. Que sepas todo. Cuando me desarmas. Que me miras. Y yo. No sé. Me derrumbo. Y ya. Y me abrazas. Y me siento en casa. En tu olor. En tus manos. En ti. Tú. Y ojalá que el puntero del reloj se pare en tu boca. Y que esta noche eterna desaparezca y vuelvas. Porque el silencio me consume. Y mi cama huele a ti. Y yo desvarío. Y tú sigues sin venir.
M.
Bonito blog,un beso (:
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