Porque por más que me empeñe en verme como la única culpable de nuestro intento fallido de ser felices durante algún tiempo (sin necesidad de especificar), tú eres, en realidad, el único que intenta sabotear cualquier resquicio de luz posible. El puto obstáculo que se interpone entre yo y tu tú de verdad. Porque yo no necesito caretas. No necesito esa máscara que te colocas cada vez que intuyes que alguien podría hacerte sentir algo fuerte y de verdad. Algo inmoral. Insano. Ridículo e inconveniente. Arrollador. Quizás yo desvarió. Porque a ti ya no te importo una mierda. Menos que eso. Ya no te importo ni el moho de la misma mierda tirada en medio de un parque por el que nadie pasa desde hace días. Pero eso no es lo que me haces ver cada vez que te interesa. Porque eres cruel. Calculador. Y extremadamente egocéntrico. Y no te importa que tus palabras hieran. Que me hieran. Que me hagas daño a morir y parece que eso te gusta. Que me duela hasta en lugares que no sabía que existían. Que yo tenga que estar echa una mierda con los ojos rojos y corridos de rimmel tirada en el suelo de mi habitación llorando como una pobre ilusa que se trago las palabras de un desgraciado que pretendía ser feliz durante un tiempo determinado mientras esperaba algo más. Y que te encante saber que yo aún sigo flipada por ti como el primer día. Y que quiera tenerte para no necesitarte porque eso es lo difícil. Porque sí, parece que si un amor nos llega muy fácil no nos creemos que es de verdad. Parece que las cosas tienen que ser difíciles para que creamos en ellas. Pero a mi me da igual. Porque jamás me han puesto las cosas fáciles y no me importaría para nada que lo nuestro fuera una excepción. Que me amaras joder. Que me quisieras tantísimo como yo a ti. Que te dieras cuenta de que en mi puedes confiar. Abrirte. TÍO. QUE ESTOY AQUÍ. MIRÁNDOTE. MURIÉNDOME POR DENTRO. QUERIENDO COMERTE LA BOCA Y TODO LO DEMÁS. Pero esos pensamientos te los callas para gritártelos a ti misma en las noches de insomnio (todas, en realidad), en vez de gritárselos en su jodida cara de arrogante. Pero sabes que cuando te mire estás muerta. Fin de la partida. A la mierda tu orgullo. Porque nadie que no sea él conseguirá algo contigo, tan sólo con una maldita sonrisa o el roce de su mano con la tuya. O MENOS INCLUSO. Tan sólo con que te hable por el BB MSN o te mencione en Twitter (o a veces con tan sólo un RT).
Pero en el fondo todo esto no sirve de nada. Porque te sigues sintiendo tan pequeño e insignificante como es humanamente posible. Porque por más veces que te cambies el pelo, o vayas al gimnasio, o salgas los fines de semana a emborracharte con tus amigos para intentar olvidar una fibra más de su cuerpo, tú te sigues yendo sóla a la cama repasando hasta el último detalle y preguntándote qué hiciste mal o cómo pudiste malentenderlo. Y cómo durante ese breve instante pensaste que eras TAN feliz. A veces hasta te convences de que, al final, él verá su error y aparecerá en tu puerta. Pobre ilusa.
Y es entonces cuando no puedes evitar hacerte la pregunta que tanto temes y que posiblemente después de unas cuantas hostias sepas responder por ti misma. Y me refiero a: ¿Por qué me tengo que enamorar de una persona que sé que no es buena? Pero claro, sabes perfectamente el por qué. El por qué que no es más que porque esperas equivocarte, tía. Porque cuando hace algo mal, lo ignoras. Pero cada vez que hace algo bueno, te conquista otra vez y pierdes esa discusión que inevitablemente mantienes contigo misma sobre por qué no te conviene. Y cuando ese argumento acaba y tú ya lo has perdido todo, te das cuenta de que es entonces cuando estás realmente jodida y que ya sólo te queda dejar que el tiempo pase y que las noches no sean demasiado largas.
Ya he tenido dramatismo de sobra, por hoy.
M